Apareció de frente, por Marcelo T.
Musculosa pegada, calzas, hombros de gym y ojos lascivos que se clavaron en los míos.
Impecable.
Le regalé una leve Inclinación de cabeza y mi sonrisa.
No lo había visto.
Cuando los mirás venir, suelen marcarte de lejos el bulto y pasar a tu lado haciéndose los boludos.
Marylin Monroe dijo: “tu ropa debe ser lo suficientemente ajustaba para verte una mujer y lo suficientemente holgada para verte una dama”.
El morocho siguió sin darse vuelta, acaso solo se quiso sentir una Marylin ante mis ojos.
La tecnología suplantó la humanidad.
En apps, incluso, solo te dejan fotografías a cambio de la nada.
Entonces, después, cualquier comadreja se hace gato.
Esas miradas, en otro tiempo, hubieran ameritado detenerse.
Como si el comunicarse en vivo, parar un momento, hablar con otro hombre con naturalidad siendo consecuentes, estuviera violando la ley, o fuera una grasada.
Desapareció la palabra. La elegancia sin photoshop es prehistórica.
Mientras me llenaban el tanque en la Shell sobre Paraguay para poder regresar, fui solo a echarme un meo en el baño desértico.
Terminé por preguntarme como la Maura: “-¿Qué hice yo para merecer esto?”.
Un colorado entró detrás de mí y se puso de una a mi lado. Espléndida verga. Se le paró mirándome largar el chorro.
Salió.
Sacudí apurándome y en la puerta del baño le dije: -Tengo el auto ahí ¿damos una vuelta?
-¿Para qué?-
-Para conocernos-Respondí
–Me gustan las minas- Espetó
Entonces, ya en mi ámbito, Ben Hur vino al galope a mi rescate.
Su bufanda amarilla jugaba con el color de los girasoles que encuadran la avenida de ancha tierra.
Las piernas bien abiertas lo aferraban al carruaje desvencijado que levantaba polvaredas.
En una mano las riendas, en la otra una vara de sauce que hacía de látigo.
El caballo enloquecido escupía espuma.
El hombre con pecho de potro desafiaba el viento y sus crines, las de Ben Hur, eran como las del potro que lo elevaba.
Detrás de sí, en el carro, alto espaldar formaba su carga de cartones y alambres retorcidos.
La cinta al viento que rodeaba su cuello haciéndolo Isadora y dándole virtudes esotéricas, era una cinta plástica que repetía la palabra “peligro”.
Y debajo de lo único que lo cubría había un animal salvaje recién cazado y colgando.
Era su poronga dormida bamboleada por el galope desenfrenado.
Ben Hur cruzó sus ojos verdes con los míos. Ojos que lanzaban llamaradas de jade y esmeraldas.
Mi giro en “U” fue audaz, y me le puse al lado.
Acá era yo. No un gay antiguo que en la calle, en la app o en la tetera, se lo agrede histeriqueando o se lo quiere gatear de forma vulgar.
-Estas matando a ese caballo, muchacho.
-No llego a lo de Ojeda, Don. Tengo que vender la carga-dijo en alta voz.
-Yo me adelanto y le hablo-Respondí desde mi vehículo- Llevá al paso a ese animal.
Ojeda, de mórbida obesidad, bebía un vino de su caja, sentado en un tronco en la puerta de la compraventa.
Espantaba las moscas de sus huevos de toro expuestos por la rotura de su bombacha de gaucho.
Le di cien mangos y accedió a esperar al pibe.
Me clavó los ojos maliciosos que se apagaron ante mi mirada desafiante y me convidó un trago del tetra que era feo y malo como él.
Diez pesos le dio al chico por toda su carga.
-¿Cómo te llamás?
-Julián, Don.
-Pensé que me ibas a decir Judá y entonces me caía desmayado- Reí.
-¿Cómo?
-Nada. ¿De dónde sacaste ese caballo?
-Me lo dieron los gitanos a cambio de laburo.
-¿Que desayunaste hoy?
-Mate
-¿Anoche que comiste?
-Pan y mate cocido
-Si te agarran los gendarmes te sacan el caballo ¿sabías? No debes tener un puto papel. Y tratándolo así, sin comida y sin agua se te va a cagar muriendo. ¿Con quién vivís?
-Me hice un rancho solo, acá, en las cinco esquinas
-En las cinco esquinas si no sos chorro te deben afanar hasta las ganas de comer que se ve que es lo único que tenés.
Seguíme. Trae ese caballo a mi campo que lo vamos a levantar. Hoy está de franco la peonada y hay asado. Cuando salí a comprar estaban prendiendo el fuego.
-¿Me lo vas a quitar Don? Las chetas del campo de polo ya me amenazaron
-Te lo voy a cambiar por una chata que no se te va a morir.
-Ey don, tengo que ver la chata
-Por eso…Vení conmigo, bañas el caballo, te bañas, comes con nosotros y charlamos.
-¿Me das un cigarro Don?
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El alazán era un fino Cuarto de Milla irreconocible de tan flaco, usado por ignorancia y necedad en un carro. Tenía los vasos sin herrar y destruidos. Si no moría de hambre y agotamiento pronto, quedaría manco.
-¿Cuantos años tenés?
-Veinte. Usté es El Conde ¿no?
No contesté.
Cuando le di fuego, me rodeó la mano con las suyas tiznadas, para detener la brisa.
Aferró mi mano suave y firme, como apresando un pájaro.
Entonces encendió mi corazón.
Sentí su energía. Era un espíritu puro, era “naïve”, como dice mi analista que soy.
Estaba como el caballo, en el lugar equivocado. Igual que yo en la ciudad.
Julián se acomodó inconscientemente la pija, cuando me acomodaba la mía. “Cosa de machos”. Pero la mano de él corrió un gato dormido que ante el estímulo se estiró y reubicó por sí mismo.
Yo, consciente de todo, me puse al palo.
Whatsapeé al capataz:
Pónganse en pelotas no más. Usen la pileta de la casa principal. Hoy música y mucho vino. Festejamos el Otoño.”
Miraba al sucio y bello príncipe Judá por el retrovisor.
Me seguía despacio con su carro de guerra, una verga enorme y un corcel cansado.
Cada tanto, acaso por costumbre, para sentir que aún estaba en su lugar, o sabiendo que yo lo miraba, se la tocaba.
“Tengan todo listo”, les indiqué.
Ya llegaba yo…
Con la carne.
Continuará…
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