Fue un momento sereno, desprendido del tiempo.
Tu mirada de fuego, encendida en mi mal,
Me estabas frenando por dentro y por fuera
Y tu primavera me hacía temblar.
Escuchando este tema “Love Me Like You Do” de Ellie Goulding de la película “50 sobras de Grey”, me di cuenta que salvando las distancias yo tuve también una relación parecida hace ya unos años cuando era también bastante tímido como para hacerme ver entre los hombres.
Trabajaba en una empresa grande donde mi jefe, era un tipo que se partía, tal vez no era el tipo más lindo, pero era un macho con todas las letras, las minas parecían hienas en celo detrás de el, era casado así que muchas andaban con cautela y cuidado, para mi estaba totalmente vedado por razones obvias, aunque en varias oportunidades le dedique unas pajas.
Como dije antes, ni helicópteros, ni hoteles de súper lujo alrededor, nuestra historia fue más modesta y común. Una tarde tenía que ir a auditar a un prestador de la empresa en forma express, yo era el auditor y prácticamente me pasan el caso en la hora de cierre, estaba en el centro y me tenía que ir a esa hora a Pilar, en Gran Buenos Aires … Realmente no sabía como iba a hacer y tampoco podía negarme.
Gustavo que así se llamaba, me dijo que el me alcanzaba porque tenia que ir a ver algo en una quinta de su familia que quedaba por la zona.
Algo confundido acepté. Debo reconocer que los primeros veinte minutos de viaje fueron tensos y yo tenía (inútilmente), la pija y el orto atentos a lo que pudiera pasar, hasta que él en un momento en total dominio de la situación me palmea la pierna y me dice: ¡dale soltate! Acá está todo bien, acá no soy tu jefe.
¡Me quería morir! Pensaba que me estaba probando, me imaginaba apuestas entre mis compañeros para saber al otro día, si yo era o no era gay. ¡Si! Soy paranoico.
Yendo por la Panamericana paramos en una estación de servicio y lo vi en una de las cajas comprando comida, golosinas y otras cosas, entre las que me pareció ver forros, pero no estaba seguro a esa distancia. Me prometí que no me iba a cerrar a nada, de hecho el orto lo tenía abierto… y esperando su entrepierna, la que él varias veces me sorprendió mirando. Quería que me rompiera el orto, no tenia mucha experiencia en eso.
Fuimos a hacer mi auditoria y luego de concluida la misma me dice de ir a esa chacra de sus padres, “para ver algunas cosas”.
Nos metimos por unos caminos que yo no conocía hasta que dimos con el lugar, una casa hermosa en el medio del campo, cuando llegamos me muestra las cosas que había comprado en la estación de servicio, todas cosas envasadas de heladera y unas botellitas chicas de champagne (¿?).
Y si… el champagne me pone mimoso…
Hablamos de mi vida de estudiante en la gran ciudad y el me habló de que se había casado joven, sin la corbata y con la camisa abierta tenia un aire a Joe Manganiello el actor, en un momento me pidió una llave del saco de su traje que estaba en el auto, lo busqué y no pude evitar olerlo, tenia una baranda a macho que mataba, una mezcla de su perfume, sudor y tabaco, en eso estaba, oliendo cuando se me apareció sin haberlo escuchado por atrás.
En silencio así como estaba, me apoyó toda su dureza masculina y me abrazo hacia él, cuando quise hablar me tapó la boca con su mano y me dijo que no lo hiciera. Me pasaba su lengua por mis orejas. Me mordía. Mi corazón palpitaba a mil y mi mente también. Me decía en voz baja, pegado a mi oído: “pendejo vas a pedirme que pare de darte placer… Tenemos toda la noche…”
Siempre en silencio, nos metimos en la casa, en una habitación, la mesa quedó con la comida encima y nos fuimos desnudando uno al otro, rápido y nerviosos, hasta quedar los dos en bolas, al palo, en penumbras, me dijo como en secreto que estábamos ahí para hacer “eso”, que hacia mucho que me quería partir al medio, y que sabia que yo lo quería, sabia que lo que hacíamos era peligroso, pero que si me animaba podíamos seguir, el quería… y yo… ¡también! Su pija era descomunal, al palparla era proporcional a lo que yo había notado a través del pantalón. Enorme.
Se escapó el tiempo, el mismo tiempo que estuvimos ahí besándonos, oliéndonos, repasando y husmeando cada lugar de nuestros cuerpos. Una larga sesión se sexo oral con su pene en mi boca y su lengua jugueteando en mi culo, presagiando la penetrada que me pegó después. Me estaqueó sobre la cama mientras yo mordía la almohada, toda su pija estuvo dentro mio un buen tiempo. Al final el dolor había cedido y yo era de él. Para lo que quisiera. Al tiempo en que todo iba subiendo cada vez mas la temperatura y acabó con toda su guasca en mi boca y la mía enchastrando ambos cuerpos, de eso ya no teníamos retorno.
Una casa infinita,
Y un pedazo de gloria;
Así fue nuestra historia,
Así fue nuestro amor…
Esta relación y estos encuentros duraron casi 4 años, según él era la única forma en que podía amarme, por sus hijos, su esposa, su matrimonio. Rutinario si, pero podía amarme así como lo hacia él. En esta época ya me decía que me amaba. Lo oculto era parte del morbo. Nos amamos perdidamente en varias camas, donde me dejo litros de su sabrosa leche (no nos cuidábamos), sus besos y sus abrazos. Siempre había una forma de marcarme. Le encantaba.
Fueron cuatro años donde aún pudiendo, nunca tuve sexo con otras personas más que con él, sin que el me lo pidiera, le fui completamente fiel.
No nos dirigíamos la palabra en la empresa.
Siempre que lo hacia era para marcarme algo que no estaba correcto en mi quehacer laboral. Un cosquilleo me recorría la entrepierna, siempre al palo estaba yo cada vez que esto pasaba y de hecho mis compañeros pensaban que no nos bancábamos. Que no había onda entre nos.
Tuve un feo final en esa compañía, él no tuvo nada que ver con mi despido, terminé en juicio, yo estaba fuera y el dentro. La organización lo puso de testigo en mi contra, pero el día que le llego el momento de declarar no fue, aduciendo motivos personales. Tres veces hizo lo mismo en las tres audiencias. Jamás declaró en mi contra. Años después por mi terapia pude ver que esta era la única manera que encontré para separarme, para ponerle un final a una relación en el que siempre yo sería el segundo a la sombra. Era mi forma de cortarla con los bisexuales, una adicción que tenía por esa época.
Una vez me lo encontré en la calle, lo consulté por el tema de las audiencias y el juicio. Yo temblaba. Me miró fijo, con los ojos muy brillantes -como con lagrimas- y me dijo: “Yo no traiciono”.
Nunca más nos volvimos a ver.
Juan Cruz
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