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El Negro del Hostel

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Relatos de los lectores | Martin |

el negro del hostel6Todo aquel que haya viajado como mochilero sabe que en los hostels se viven historias que po
cas veces se logran olvidar, sobre todo si están ligadas al placer y al sexo. Y justamente eso fue algo que me sucedió en un viaje que hice hace unos años. Como bien saben, la idea de viajar como mochilero es ahorrar dinero, por lo que decidí quedarme en un hostel con habitaciones compartidas. Hasta ese momento nunca lo había hecho, porque siempre me hospedaba en habitaciones “matrimoniales” y con baño privado (era una de las cosas que me demandaba mi ex novia)

Hasta entonces yo nunca había estado con un hombre, pero confieso que siempre había fantaseado con la idea, sobre todo si se trataba de un negro. Sí, el clásico negro africano me calentaba ¿Será verdad el mito de la pija gigante?, me solía preguntar. En fin, se podría decir que siempre tuve el tema archivado en mi cabeza, pero nunca había hecho nada al respecto.

Si bien la cama que alquilaba en el hostel estaba en un cuarto mixto, en los cinco días que estuve ahí nunca entró ninguna mujer. Los viajeros desfilaban por las otras camas, que en realidad eran dos cuchetas, una al lado de la otra. En una oportunidad desperté y había un chino, pero a la noche ya  no estaba y en su lugar estaba un alemán. Justamente al alemán me lo encontré en las duchas. Él se estaba lavando el pelo, de espaldas.  Pero al escucharme entrar, se dio vuelta y me saludó. No sé bien qué me pasó, pero no pude sostenerle la mirada y como si fuera un acto reflejo, le miré la pija. El golpe de vista duró apenas un segundo, pero todavía recuerdo muy bien lo que vi. Era rosadita y gorda a pesar de parecer dormida. Le devolví la mirada con mucha vergüenza, porque no entendía que me había pasado. Él me sonrió y simplemente volvió a girar. Me sentí tan avergonzado que no me duché, agarré mi mochila y me fui a dar vueltas para evitar cruzarme al alemán en la habitación.

el negro del hostel7El resto del día me pasé pensando qué me había sucedido ¿Por qué le había mirado la pija al alemán? Pensaba y pensaba, pero no tenía claro el por qué. Lo qué si podía precisar era una sola cosa: Me había excitado hacerlo.
A última hora de la noche, decidí volver al hostel. Pasé directo al baño, porque imaginé que el alemán ya dormía y no quería despertarlo. No había nadie en las duchas y me bañé. Cuando terminé de secarme, escuché entrar a alguien. Miré por el espejo y a mis espaldas entraba un Negro. Tenía 1.90 de alto, de rastas largas y un lomo de deportista. Estaba en cuero y sólo vestía un bóxer blanco. En sólo un segundo el corazón me explotó y pude sentir cómo la sangre se me acumulaba en la entrepierna. “Hi”, me dijo. “Hi”, le contesté y sólo atiné a rajar a mi habitación.

Entré al cuarto sin prender la luz, para no despertar a mi compañero, aunque en la oscuridad pude ver que el alemán no estaba, pero la que parecía su mochila seguía tirada en un rincón de la habitación. Me acosté y sentí cómo el Negro había despertado todas mis fantasías. Ese bóxer blanco y ese bulto me despertaban una intriga desesperante, quería volver en el tiempo para mirárselo con más detalle, para tocarlo por fuera, para bajarlo, para llevarme a la boca ese gran misterio. Era tanta la calentura que tenía que hasta pensaba en la idea de espiar al Negro mientras se duchaba. No sabía si hacerlo o no. Dudaba. De repente, la puerta se abrió y yo que ya estaba acostado, giré hacia la pared para esconder mi erección. Me hice el dormido. Las luces nunca se encendieron, por suerte. Escuché cómo los pasos se acercaron a un rincón de la habitación, el cierre de una mochila se abrió y yo giré para mirar al alemán, pero el alemán no estaba. El Negro de mis fantasías estaba ahí, parado, terminando de secar su cuerpo con el mismo bóxer blanco. Juro que en ese momento mi corazón se detuvo. La luz de la luna que entraba por la ventana permitía que pudiera ver su cola atletica y al girar, su pija acomodada hacia la izquierda. El corazón me latía como nunca y empecé a respirar como si me faltara el aire.

El Negro bajó las persianas y la habitación quedó sumergida en una oscuridad absoluta. inmediatamente supe que ese era el gran momento para dejarme llevar por el deseo y cumplir mi fantasía. Pero no sabía cómo hacerlo, no sabía cómo encarar la situación. Un mal paso podía terminar con una paliza en mi contra, pensé.

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Pensaba y pensaba, hasta que… “Hi”, escuché. Y dos segundos  después volví a escuchar: “Hi”. No entendía si era mi imaginación o era real ¿Él me estaba hablando? ¿Me estaba saludando de nuevo? Agarré el celular que tenía bajo la almohada y alumbré hacia la cucheta que estaba al lado de la mía. Y ahí lo vi, estaba parado, apoyado con su espalda en la cama de arriba. Lo iluminé a la altura del pecho hasta el mentón y pude ver cómo brillaban sus abdominales y sus pectorales. Fueron largos segundos de excitación. Sólo atiné a sentarme en la cama, casi de frente a él. La linterna del celular alumbraba de lleno su pecho y yo sólo tenía dos opciones: descubrir la identidad de mi compañero o simplemente iluminar eso que tanto me excitaba. Con lentitud, casi escaneando su cuerpo, fui bajando la luz de la linterna hasta llegar al bulto del bóxer blanco. Mi cuerpo ya estaba relajado, estaba decidido  a hacer lo que había y sólo quería disfrutarlo. Ahí estaba, ese enorme bulto apretado por el bóxer blanco y se me hizo agua la boca. Nadie dijo nada, solo clavé mi linterna en ese bulto que parecía estar creciendo. Entonces él con su mano derecha se acomodó la pija hacia la izquierda y pude confirmarlo: Sí, estaba creciendo.

Me pasé la lengua por los labios, como se hace cuando se va a besar a alguien y entonces él hizo un paso hacia adelante mientras se tocaba. No me importó nada, simplemente apagué el celular y me limité a vivirlo. Me arrodillé en el lugar y esperé. Cuando lo sentí delante de mí en la oscuridad, puse mis manos en sus muslos y subí con caricias hasta llegar a la cintura. Con mi mano derecha recorrí sus abdominales, lentamente hasta que con ambas manos busqué su chota. Empecé a tocarla desde la base del tronco y por encima del bóxer. Sentía que no me alcanzaban las manos para recorrerla y al tacto podía sentir cómo latía y crecía aún más con cada segundo.

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Acerqué mi cara y la olí y pasé mis labios por todo el tronco, hasta llegar a la punta. Aún puedo cerrar los ojos y sentir ese olor y el relieve de sus venas en mis labios. Entonces no aguanté más y con ambas manos bajé suavemente ese mitico bóxer blanco. Estaba todo oscuro y no veía nada. Pero sabía que el Negro estaba ahí, esa noche más que nunca. Ya no en mis fantasías, estaba delante de mí, con su chota erecta y dura como una piedra. Su bóxer seguía bajando y yo esperaba liberar esa chota que parecía explotar debajo de la tela. Mi cara estaba s poca distancia y de repente sentí una especie cachetada, en mi mejilla derecha. Había sido algo así como un empujón sobre mi cara. Había sido su chota, hermosa y gigante, levemente inclinada con curva hacia la derecha. Se había liberado y había dado de lleno en mi rostro.

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La recorrí con mis manos y nuevamente con mis labios y lengua. No sé cómo ni en qué momento pasé de ese relax y disfrute total a chuparla con tanto desenfreno, que en mis recuerdos sólo están las veces que me atraganté al metérmela con locura en mi boca. No tengo registro del tiempo que estuve aferrado a esa hermosa chota negra, que en la oscuridad era invisible pero que la recorrí tantas veces que tengo su imagen escaneada en mi cabeza. El final tampoco podré olvidar. Su chota se puso tan dura que parecía de roble y la leche que tiró fue tanta que me baño toda la cara e incluso pude cumplir el deseo de tragarla más de una vez.

Al volver del baño, lo encontré acostado,  mirando a la pared. Y al despertar por la mañana, el Negro ya no estaba. Esa fue mi primera y única vez con un hombre. Hoy recorro las calles de Buenos Aires y cada vez que veo a un negro, recuerdo aquella noche y quisiera estar con alguien como el. Muero de ganas, pero todavía no se me dio.

La entrada El Negro del Hostel aparece primero en Nosotros Y los Baños.


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