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Las pensiones. El Braulio. Penúltima parte

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José María Gómez |Las pensiones|El Braulio

Desde esa noche cambió la vida del Braulio, para bien y El Brauliopara mal.  Para bien porque Federico había aprendido en su relativamente corta vida (tenía 29 años) y extensa trayectoria sensual, todas y cada una de las artimañas imaginables para hacer feliz a un hombre, mejor dicho a un muchacho (que eran de su exclusiva preferencia). Todas, es decir, sin escatimar recursos, posiciones e invenciones diversas. En ese sentido, el Braulio, no obstante su pretendida experiencia sexual y sus evidentes atributos, era un lego y su hombre, Federico, se convirtió inmediatamente en su mentor, uno capaz de arrancarle al cuerpo del muchacho un sinfín de delicias. Entre paréntesis, porque todo se sabe, una de ellas cuya profundidad había sido inimaginable para este y negada, por lo menos hasta que probó.

Sin embargo, la verdadera faz de la relación (y sin disimular lo dicho anteriormente ya que era la fuente inagotable: según los testigos del vecindario cuando hacían el amor empleaban toda la noche y finalizaban al alba, estropeados, plenos) radicaba en el hecho de que Federico lo “adoptó”. A contramano de su inveterada costumbre de dejarlos partir luego de poseerlos (en el sentido amplio de la palabra), las virtudes del Braulio (la candidez, la indefensión y su ternura en primerísimo lugar, y también la otra) lo llevaron a imaginar un destino compartido o, por lo menos, a mitigar las carencias consuetudinarias de su amante (económicas y afectivas) con todo lo que tuviera a su alcance. El amor es una fuerza poderosa, vital y asimismo generosa. Y daba la casualidad de que la billetera y los contactos de Federico eran ingentes. En poco tiempo lo sacó de la pensión y lo ubicó en una propiedad desocupada de su madre. Más tarde le consiguió un empleo como secretario del mencionado “viejo puto” (a pedido del propio Braulio, hay que decirlo) y, porque esto ya forma parte del dominio público (y del expediente criminal), le regaló una moto. Nueva, vistosa, potente, fue el famoso vehículo con el que el Braulio solía ir a buscar a Federico a la salida de Tribunales (una acción visible para todos, mejor dicho, que escandalizaba a todos). “¿A dónde vamos?”, preguntaba el Braulio, haciendo crujir el motor de manera exasperante. “Con vos al cielo, corazón… o al infierno, si me llevás contigo”, contestaba Federico, encaramándose de un salto. Y agregaba, para hacerle una broma: “Nihil difficile amanti puto”, a lo que el Braulio replicaba: “¿Lo qué…?…  más puto serás vos”, y reían, juntos, felices, envidiables (esto último, sobre todo).

Primero hubo un comunicado de “La Liga de la Decencia” en el diario La Capital, decano de la prensa argentina, acerca del relajamiento de las costumbres ciudadanas. Enseguida, en una revista de inspiración católica, se lamentó que jóvenes de excelente familia se dejaran desviar del buen camino e hicieran migas con sujetos de dudosa procedencia. Mas tarde, en una carta a los lectores de aquel diario, se aludía sin ambigüedades al “vicio” y a la “contranatura” y eso desencadenó una catarata de adhesiones. Finalmente, la madre de Federico recibió una visita (el padre descansaba desde hacía muchos años en El Salvador). Ella era una mujer piadosa, en el sentido efectivo del término. Y conocía a su hijo. Eran tres hombres, uno de la Curia: “No todos tienen la misma paciencia que nosotros”, dijo. Y le advirtieron. El otro, del Colegio de Abogados, le preguntó, al final: “¿Usted conoce al… chico?” El tercero no habló. La miraba con lástima. (La mujer, después de lo ocurrido, fue fotografiada en “Así”, la revista de mayor circulación en Argentina, equiparándola con María, por su dolor inmenso).

Poco tiempo después de la visita el cadáver de Federico fue descubierto, horriblemente mutilado, a un costado del camino. De inmediato el Braulio fue arrestado, como principal sospechoso.

Continuará.

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