Ellos carecían de culpa sexual.
Toda manifestación humana era asumida con la misma inocencia de un evento natural cualquiera.
El sexo era el impulso de vida.
No estaban contaminados por ideaciones neuróticas, por juicios de valor, o por luchas de supremacía.
No catalogaban ni interpretaban. Eran solidarios, no dramatizaban. Contemplaban.
La vida y la muerte eran dos caras de la misma moneda.
La cópula entre animales del mismo sexo era una manifestación más del ecosistema.
Tenían claro entonces que el coger no solo cumplía una función procreadora.
El amor (ukuthanda) y el honor (udumo), eran valores fundamentales. Implicaba que la felicidad del prójimo fuera la propia y su contrario la deshonra.
¿Por qué entonces un grupo de jóvenes calientes debía ocultar aquello que les dictaba el deseo si a nadie dañaban?
El coger ocultos no era por pudor.
Era el resabio del instinto de un predador que come lejos de la vista de otro animal que pueda quitarle el producto de su cacería.
Si la presa era compartida no había entonces para qué resguardarnos de nuestros pares.
Por lo tanto eran polígamos, generosos y fiesteros.
Pero había parejas cuyos miembros se elegían íntimamente y se querían únicamente para sí.
Omari y yo fuimos de esos.
Salvo en mi caso, que debí plantar la cualidad sagrada, el linaje era transmitido por la hembra. Y se era padre por elección. La mujer no necesitaba del macho.
La exposición de la verga era un gesto de arrogancia masculina.
Pero el culo varonil era más apreciado que el femenino.
Los hombres cagaban en grupo, como acá meamos alineados en mingitorios,
Así como entre nosotros podríamos ver salir con o sin intención lasciva el meo de nuestro par, ellos veían salir el excremento de su compañero de defecación sin el enrosque que el urbanismo occidental tiene respecto de la mierda.
En la escala evolutiva de la cual recién emergían, solo la bipedestación ocultó el esfínter. El cuadrúpedo mamífero expuso siempre el orto.
Por lo tanto era natural que un macho caliente montara otro. Dependía del consentimiento del montado y la imposición era muy mal vista. Eso los diferenciaba
Solo la cultura occidental, por violenta e imperialista, dio supremacía al que penetra.
Por lo tanto tenía más virtud el varón que sabía usar el culo para el sexo, porque exigía entrenamiento.
Aquel honor la mujer lo consentía. La menstruación y el puerperio eran tabú y no entrañaba humillación hacerse coger antes que el congénere debiera recurrir a la paja.
No se asociaba con perder masculinidad. Era un acto masculino. No se consideraba inferior lo femenino, cuyas funciones eran: nutrir, proteger las crías y brindar calor. Funciones compartidas por ambos sexos
Las mujeres solían ser activas y preparadas para proveer tanto como los hombres.
Los roles eran una eventualidad y había cortejo sexual entre personas del mismo sexo.
Sabían de la próstata y su satisfacción, como la del punto “G” femenino.
Un musculado culo de hombre representaba capacidad de agacharse para cargar grandes pesos, Una gran cualidad (¿acaso hoy en los gimnasios no se trabaja el orto con sentadilla?).
El simbolismo de un buen culo era la capacidad de “apresar”.
Una forma de huir a hurtadillas en la lucha por la supervivencia primitiva y antes de esta etapa agrícola-ganadera, era llevar apresado entre los glúteos algún alimento, cuando se tenían las manos ocupadas.
Un juego-competencia entre varones era correr en pelotas con una piedra lisa entre los cantos. Ganaba el que llegara más lejos sin caérsele la piedra.
Por lo tanto, saber manejar los músculos perineales al ser penetrado era una gran virtud amatoria.
Existían las parejas de mujeres.
En zulú se las llamaba Umyeni, nombre designado a aquella de las dos que tenía los atributos y la voluntad de salir a conseguir alimento para los hijos de ambas, sembrar, cosechar o pastorear.
Las fuerzas del horizonte al amanecer y la de la lluvia suave se originaban en el vientre femenino.
La tormenta y el viento se originaban en el masculino.
La pija representaba el fuego, el rayo y la luz del mediodía.
La vagina representaba la noche sin luna ni estrellas antes de la salida del sol.
Pero el cuerpo desnudo de un varón para el placer, era la noche estrellada, mientras el cuerpo femenino era el desierto sinuoso cuando amanecía.
La luna, en cambio era un León blanco que desde el cuarto creciente se iba desperezando.
Omari y yo dimos divinidad a la pareja de hombres (Iqgenge), y se asoció al mito del León blanco con el río y la tormenta, que venían a causar una revolución para instaurar un nuevo orden.
Yo, Didimvu Umzalwane, o más bien mi leyenda, fui entonces la Luna representando el estímulo para los ciclos cambiantes. El espejo oracular donde podían mirarse las almas.
Omari, fue el río que en su cauce superior en el desierto se evapora preparando la tormenta y se confunde con la noche estrellada pero fluye hacia la espesura donde descubre la luna que a su vez se mira en él y luego se derrama sobre el mundo engrosando el río.
( Omari…)
Ahora, yo era el único Sangoma, supuesto portador de magia para eclipsar demonios.
En el mismo lugar donde me sentí alguna vez completo, cargaba el profundo desasosiego de tamaña responsabilidad.
Estaba solo.
Maximilian volvió con grandes resultados, habíamos creado la Gran Reserva Privada Ubhejani (1).
Pero a ese mundo no lo sentía propio. Sigfrido y Stefano tampoco.
Para salvarlos, llevamos a mis hijos de cinco años a Capri con la madre de uno de ellos. Las otras habían muerto.
Dos años sin descanso duró la cruzada hasta establecer cierto orden.
Sigfrido volaba entre el Instituto Pasteur de París y la Reserva Ubhejani.
Maximilian negociaba con Ángelo, con los gobiernos convulsionados que limitaban con la aldea que se transformaba en Reserva, con los Parques Nacionales, con ingenieros, laboratorios, ONGs y contratistas.
La guita se estaba terminando.
Rocco Siffredy me propuso lanzarme como Porno Star.
Mientras tanto Yo, desesperado, solo cogía con Fabrizio, cuando volvía de África.
(1) Ubhejani: Rinoceronte negro.
Continuará…
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