Mi amigo Rocco Tano (Rocco Siffredi para su público) pasaba sus días de descanso en mi lugar en Capri donde nadie lo acosaba.
Valoraba nuestra forma de vivir, libres los espíritus y la carne en pelotas.
Era una amistad donde no había pudores, ni de cuerpo ni de alma.
Empezamos cogiendo en pedo aquella noche entre todos, después de conocernos en Florencia.
Pero lo nuestro, se había transformado en otro tipo de erotismo. Era un amor fraternal.

Rocco Siffredi imponía en cada escena casi un acto de adoración…
Cuando nos quedábamos solos, pasarnos cremas uno al otro junto a la piscina, o masajearnos en penumbras, no nos daba ganas de coger aunque naturalmente se nos pusieran morcillonas y hasta duras las porongas, manifestándonos desnudos el afecto que nos profesábamos con abrazos espontáneos como inocentes niños.
Me contaba su infancia. Me hablaba de cuando a los diez años ya se masturbaba diez veces al día, y de cómo no entendía que los otros pibes se contentaran solo con oír los partidos por la radio los domingos.
Yo le hablaba de mis pajas en el internado pensando en romper en las duchas esos culitos aristocráticos.
Nos reíamos mucho.
Nos reconocíamos hermanados por ser adictos al sexo.
Pero teníamos claro que si nos hubiera dado ganas de coger entre nosotros lo hubiéramos hecho cuando lo hubiésemos sentido y nada hubiera cambiado, y quizás por eso, nunca ocurrió.
Acaso temíamos secretamente que si no hubiera sido como decíamos se hubiera roto esa magia que sin pensarlo habíamos construido.
Mi amigo estaba admirado de mi historia africana, de mi esencia negra, de mis rituales paganos, de lo que llamaba “forza di carattere”, y yo admiraba su porte, su simpatía, su carisma, su valentía para hacer lo que sintió y llevar adelante su exitosa carrera porque garchar para él era lo único.
De compras por Roma, hombres y mujeres se volvían para mirarlo, y él decía que lo hacían para mirarme a mí. Yo todavía era un desconocido.
Rocco trajo a Capri a Gabriel Ponte, quien lo introdujera en el mundo porno. Y Gabriel, no solo puso sus ojos en mi verga, sino que quedó admirado por mi trasero, y más cuando abrí sus pétalos para él, en un casting para una próxima película.
Me dijo que era un David de mármol blanco pero con una poronga que a su criterio, haría las delicias de la cámara.
Filmé escenas de “Un Desiderio Bestiale”(1987), dirigido por D’agostino, de “Lust Italian Style” (1987) dirigido por Lincoln y en 1988, de “Deep Blue”, dirigido por Sacco.
Siempre la cámara me enfocó bien el orto.

Entregando con Jeff Stryker
Las luces del set me encandilaron y Rocco, mi amigo, me daba sus sabios consejos.
Maximilian era mi ayudante; me pegaba una buena mamada antes de empezar la larga jornada de filmación con una o varias conchas, para que yo estuviera a punto.
A fines de 1988 recibimos un llamado de Jhon Travis.
Ofrecía pasajes y caché para viajar a California y realizar un casting para ser partenaire de un tal Jeff Stryker en una película gay que se rodaría en un estudio ambientado como cárcel.
En las dos películas para las que fui convocado di para ellos mejor como activo rubio.
Si bien Jeff era de madera y actuaba para el orto, salvo moviendo en cámara la cintura, la lente se enamoraba de su rostro y de su piel, y daba maravilloso, aun cuando personalmente no era tan importante como en las películas.
Había actores más sexis que él, y de vergas igualmente notables, pero subrayo:
Fotografiaba como si al encenderse la luz, se encendiera su piel además de su verga, y la cámara se propusiera conscientemente hacer desaparecer todo lo que lo rodeaba y entonces el director no pudiera más que elegir llevarlo a primerísimo plano.
Después de todo un día de filmación, tentándonos en escenas dramáticas, bajándosenos las pijas, subiéndosenos de nuevo, haciéndose enemas a los culos, retocándose maquillajes, salíamos a comer.
Aun cuando no debíamos, para evitar panzas y ojos hinchados, una noche tomamos algunas cervezas y nos fumamos un porrito
Nos pusimos locos y nos pegó de carcajadas.
Cuando llegamos a mi tráiler, Jeff Stryker, recuerdo, me pidió como jodiendo que le mostrara la famosa rosada flor de mi orto.
Viendo después las escenas de ese día, advertí como el gran ponostar me apreciaba el culo fuera de lo marcado por el guion.
Divertido me baje lo puesto y me subí a la mesa para ofrecerle bien el ojete y Jeff me metió lengua y lengua sin preámbulos.
La verga magnifica de mi compañero de set, la mía más blanca y de cabeza rosa, los huevos olorosos de ambos después de un día de llenarlos casi hasta reventar por no acabar y poder seguir filmando, se trenzaron fregándose anhelantes.
Jeff en privado, con hombres, era versátil.
Se comió mi pija como yo la de él. Nos cogimos las bocas hasta hacernos doler las gargantas y a los ortos los hicimos salir para afuera de tanto chuparlos.
Pero yo quería darme el gusto de tragar esa verga, entonces me le puse en cuatro.
Jeff era un maestro cogedor. Me lubricó con gel, me la puso despacio hasta asegurarse que no ofrecería resistencia y me serruchó largo y profundo.
Me dio vuelta sin sacármela para ponerme frente a él y comerme la boca.
Bajé la mano y alcancé a meterle dos dedos en el culo.
Era un pibe sin poses gozando como el mejor. Ningún chongo duro como en sus películas.
Lubricándome la pija me la entró a frotar con su abdomen mientras me cogía y me hacía volar.
Le llené el pecho de guasca y besándome me echó un polvazo como pocos he recibido.
Era un partenaire estupendo, creativo y generoso.
Me colmó de halagos sinceros mientras latían nuestras vergas y nos besábamos.
La de él siguió dura adentro.
Cuando se fue a su tráiler, Maximilian volvió al nuestro con actitud de hielo.
Tiempo después no pude perdonarme lo desconsiderado que fui siempre con él, cuando toda su vida estuvo conmigo.
Continuará…
La entrada Penetrando en el porno: Mi amigo Jeff Stryker aparece primero en Nosotros Y los Baños.