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Su Alteza el Emir Sheik Aseff, la Gran Poronga del desierto | Primera Parte.

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Juan Manuel Di LaurentisLa fresca brisa de  abril en Marbella traía  aroma de azahares.

su altezaEstar en bolas en la piscina calefaccionada era mi placer nocturno.

Themba   cuidaba los niños y me servía una copa.

Desde el piso superior,  ojos maquillados de rostros cubiertos,  espiaban entre  el profuso follaje  que adornaba una ventana.

Soldados  camuflados como para el desierto,  con anteojos espejados  día y noche,    armados hasta los dientes, vigilaban desde la alta  terraza y se tocaban la chota cuando a mí se me ponía morcillona.

Días después levantaron  un muro  en esa ventana  que daba  a mi piscina.

En pelotas me asomaba para ver  a veces un Rolls Royce de vidrios polarizados al que subían  tres  mujeres árabes  de negro  con destino  al embarcadero.

Eran mis  vecinas mironas, las esposas del Jeque  de uno de los Emiratos.

Los pasaportes estaban listos y partiríamos a la Argentina.

Entonces la conserjería del edificio me anunció a Abdula:

Delgado, de profundas reverencias,  vestía galabie (1) y hatta (2).

Joven  de rostro perfecto y  expresivos ojos,  con las pestañas más tupidas  que he visto y  debajo de la galabie se le notaba  una  hermosa pija.

Abdula se presentó  como el secretario privado de Su Alteza el  Emir de los Creyentes, Sheik Aseff Al Mohamed  Ben Zawari, rogándome aceptara de su señor unos humildes presentes y la invitación a cenar con mi familia en su yate,  con lo cual  Su Alteza, se sentiría inmensamente honrado.

Cuatro árabes entraron con canastas repletas de rosas, una caja que contenía un vestido de Valentino que pusieron a los pies de Themba y un estuche que Abdula me invitó  a abrir.

Mis hijos azorados daban vueltas para ver los regalos y Themba hubo de  indicarles que fueran a su habitación.

Un quinto Árabe entregó  costosos juguetes a los chicos.

Casi me caigo de culo al abrir el estuche.   Había un Rolex President de oro y esmeraldas.

Quise devolverlo  pero Abdula me tomó la muñeca,  me lo abrochó seductor  y me dijo que sería una ofensa para Su Alteza que lo rechazara.

El Emir de los Creyentes admiraba de una manera muy especial a tan distinguido actor, y estaba ansioso por conocerlo.

su alteza

Creo que aparte de conocerme quería poseerme.

Confieso que me tembló el ojete.

Dos  horas antes de recogernos  una  limousine  aparecieron maquilladora y  peluquero para ponerse a nuestro servicio.

El barco era gigante y reventaba de lujo.

Tenía dos piscinas, microcine, mezquita, spa, salones de todo tipo, veinte  suites y helipuerto.

Los niños fueron entretenidos con mimos, títeres y hasta un pequeño parque de diversiones  a bordo.

Themba fue rodeada por las mujeres del Sheik y estuvieron con ella toda la noche.

Le regalaron joyas.

Diez hombres cenamos solos en un salón.

Manjares de todo tipo, bebidas frutales y danzas sensuales interpretadas por muchachos soberbios me la ponían dura.

Al terminar la cena Su Alteza despidió a sus asesores y Abdula nos invitó a pasar a un salón pequeño donde fumar narguile (3).

El  príncipe me sugirió recostarme sobre almohadones en una tarima acolchonada, ubicándose cerca de mí.

Abdula, que siempre permaneció de pie, sirvió café, delicias dulces, y un licor anisado en copitas de oro incrustadas de rubíes.

Su Alteza notó mi admiración por las pequeñas copas y al irme un sirviente me dio una caja con doce de ellas.

Aseff, el sheik , tenía unos 35 años y era un hombre que fue criado para gobernar.

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Era de piel suave aceitunada, rostro  recio, ojos inquisitivos negros y profundos, manos masculinas bien cuidadas y una sonrisa luminosa y cálida que rompía su halo de poder.

Guardias armados patrullaban la cubierta.

Me refirió sin vueltas  la prohibición de la homosexualidad en el Islam, y de la contradicción de su cultura en torno de que la mujer no podía estar a solas con hombres que no fueran su padre o hermanos,  so pena de repudio e incluso de la muerte más desgarradora.

La desnudes frente a un varón debía ser  en el marco del matrimonio y solo con su esposo.

Entonces  las urgencias sexuales masculinas antes del casamiento, tenían únicamente salida vía  homosexual,  de lo cual no se hablaba.

Abdula en su quehacer nos daba la espalda  poniendo  la más estudiada cara de pelotudo,  simulando no escuchar.

Aseff  me contó que aun siendo negligente respecto de su obligación como líder musulmán, prefería ser  indulgente cuando en los hammams (4) se sabía  que ocurrían  “cosas”.

Entonces procuraba que su pueblo  tuviera esas prácticas en privado y bajo el más absoluto hermetismo, habiendo facilitado en el último tiempo la construcción para  varones adultos de edificios con departamentos de soltero donde los hombres pudieran reunirse  a solas como lo estábamos en ese momento nosotros.

A esa altura del discurso, sentía mi verga dura en la garganta.

Abdula sirvió otra vez las pequeñas copas y no vi por donde desapareció.

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Temblándome las piernas, sintiéndome después un boludo, me disculpé con  Su Alteza para preguntarle si él, particularmente, aun cuando estaba casado,  se permitía esas prácticas prohibidas.

Aspiró el humo del narguile y me puso la gruesa boquilla de marfil en la boca.

Cuando quise exhalar me comió la jeta de tal manera que casi me hace acabar.

Entonces  sonó una  dulce voz pronunciando  el Adhan (5) para el Salat (6), una bella voz masculina cantando un llamado  apasionado cuya  entonación me estrujó el alma.

Mi anfitrión se despidió rogándome lo comprendiera.

Me besó ambas mejillas  colocándome una gruesa cadena de oro con un topacio rosado que refirió de su madre,  y que él  como varón del Islam,  no podría usar jamás.

Dijo, antes de partir,  que esperaba que frente a él lo luciera alguna vez desnudo como en mis películas.

El Yate se colocó lentamente mirando a  la Meca.

La guerra del golfo estaba en su apogeo al igual que mi calentura.

Esa noche le eché tres polvos a Themba.

Soñé que perdido en el desierto un grupo de beduinos de negro, con fusiles y a caballo, con enormes vergas curvas,   como cimitarras, me garchaban.

Comenzaba mi historia de fuego y amor en Medio Oriente.

 

 

 

Continuará…

 

1)Galabie: Bata o túnica masculina usada en medio oriente

2) Hatta: Pañuelo tradicional árabe con que los hombres cubren su cabeza ajustándolo con un aro.

3) Narguile: Pipa árabe que se comparte.

4) Hammams: Baños públicos estilo spa, de uso comunitario ancestral en medio oriente.

5) Adhan: Canto desde el minarete de la mezquita llamando a la oración.

6) Salat: Cualquiera de las cinco oraciones diarias obligatorias dedicadas a Alá.

 

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