Es muy difícil contar una historia de amor entre dos hombres.
Es muy difícil cuando en estas latitudes suele esquivarse el bulto del amor que se construye a veces con dolor, con sostenimiento de lo que el otro puede dar apenas, acaso a la distancia, y por tanto se descarta el hecho de amar.
Es muy difícil contar una historia entre dos hombres cuando uno de esos dos tiene la cabeza diametralmente opuesta a nuestra cabeza occidental y no puede decir lo que siente.
Acá no existe más que un término foráneo (gay) para decir con elegancia lo que menciona la crudeza autóctona con el significante PUTO.
En árabe no hay mención ni eufemismos. Simplemente no existe palabra.
El Islam niega la satisfacción femenina y lo legisla, entonces jamás un hombre querrá sentirse mujer porque ser mujer es ser nadie, y el calentarse con un macho no puede ser posible.
Sin palabra no hay significación.
Ser gay seria para ellos como para nuestra cultura visibilizar la abominación de profanar tumbas para alimentarnos con la carne putrefacta de los muertos.
Hablo de una raza.
Hablo de un hombre deambulando solo por el desierto que encontró a otro con la verga alzada como la de él y se entregaron al desenfreno.
Y un día uno de los dos cavó un pozo y por milagro de Alá brotó petróleo como a veces salía mierda del orto de su amigo en aquella comunión prohibida que solo conocían las arenas.
Pero el que hizo el agujero se hizo Príncipe, por voluntad de Alá y el otro fue su Visir (1).
Y de las chozas paupérrimas o de las tiendas que el Shamal (2) cubría de arena surgieron ciudades, torres, jardines y palacios.
Hombres viscerales y curtidos llevados por sus instintos cuando portando pija seria como serlo todo.
Hablo de lo difícil que es amar a otro hombre para un poderoso de un país musulmán que tengo prohibido nombrar.
Un poderoso del que dependen millones de almas.
Y por tanto sus servicios secretos o su ejército personal de civil en las sombras me acompañan.
Haciendo tetera sin éxito, colgada del mingitorio donde largó su meo una pija esplendida, he visto una cadena de oro con un zafiro azul impactante que admiré una vez en el bunker del Sheik.
No he tocado la joya, tomé un café en otro lado, y la encontré debajo de la cuenta.
Salí perdiendo un instante en prender un cigarrillo, y arrancando mi auto la joya estaba enganchada en el limpia parabrisas.
Con el auto a velocidad, la he arrojado lejos, y al llegar a mi casa en las afueras, la he encontrado enroscada en el picaporte de mi puerta con una nota con su letra:
(3) لا مواصلة البحث. أنا صديقك الحقيقي
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Entonces lo he odiado, pero también lo he amado y me he reído como estando con él mirando las estrellas, porque sé quién es y lo comprendo.
En 1990 en Riyadh se asentaba el Alto Mando de la Coalición de los aliados contra Irak.
La operación Tormenta del Desierto quizás llegaba a su fin.
Sin embargo la familia del Emir seguía en Marbella y él no usaba el palacio sino un bunker que no detectaban los radares.
Un helicóptero militar me llevó a su reducto.
400 soldados, tanques y misiles rodeaban su tienda de campaña.
En el interior, una gran puerta de acero abierta en el piso conducía a una larga escalera.
Era una ciudad subterránea con sonidos de aves, brisa fresca y vegetación tropical.
La naturaleza había sido recreada bajo la tierra.
Jóvenes semidesnudos armados me hacían la veña al verme pasar.
Mi aposento estaba tapizado en raso blanco y tenía un Dalí sobre la cama.
Mi baño tenía revestimientos de oro y una gran palmera central de cristal de roca por cuyo tronco corría una cortina de agua.
La coronaban hojas de jade de donde pendían rubíes con forma de dátiles refractando la luz en los espejos.
Era un mingitorio.
El Sheik sabia de mi gusto por mear en los árboles.
El piso de toda la suite y mi cama estaban cubiertos de jazmines.
Dos pibes que me la hicieron parar, me bañaron en una piscina de mármol rosado y no me dirigieron palabra.
Me lavaron el culo y la espalda con grandes cepillos de pelo de armiño y apenas me tocaron la pija levantándomela para enjuagarme la entrepierna.
Me maquillaron.
Me vistieron con una túnica de gasa rosa pálido bordada con hilos de oro y me indicaron la puerta hacia los aposentos del Sheik.
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Cuando me vi al espejo me pareció demasiado.
Me quite el maquillaje y me desnude completamente.
Solo me coloque el topacio rosa.
Al abrir la puerta me encontré en el fondo del mar.
La habitación era de vidrio bajo las aguas saladas traídas desde el golfo por donde se colaba el sol de la tarde y donde nadaban rayas, cardúmenes de peces azules y tiburones.
Hacia una de las paredes transparentes miraba el Sheik desnudo dándome la espalda.
Su oscuro cuerpo perfecto y el culo de suaves pelos oscuros me la pusieron al palo.
Sobre la alfombra había un guepardo con un collar de perlas que se levanto hacia mí.
Su alteza dio una orden y el felino volvió a sentarse.
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Al mirarme con ojos de fuego supe que me había enamorado.
Pero al ver lo que tenía entre las piernas los huevos se me pusieron en la garganta.
Su poronga tenía el tamaño de mi antebrazo.
Aseff sirvió dos copas de champagne y se acercó despacio con la seguridad y elegancia del que sabe.
Su verga era el badajo oscilante de una gran campana.
No cogimos aquella tarde, aquella noche ni los días sucesivos.
Fuimos dos almas tocándonos, besándonos, acariciándonos.
Dos seres abrazados dialogando a veces sin palabras.
Nunca nadie me supo llevar así y a la vez ponerme a su altura.
Es el hombre más inteligente y misterioso que he conocido.
Esa es su poronga verdadera.
Continuará…
(1) Visir: (del árabe, وزير wazīr) es, en un contexto histórico islámico, un cargo equivalente al de ministro, asesor o valido de un monarca. La figura del visir en la época musulmana cobró importancia cuando los califas abasíes adoptaron las formas de la extinta monarquía persa
(2) Shamal: Viento del noroeste que sopla sobre Irak y los estados del golfo Pérsico.
(3) En árabe: “No sigas buscando, yo soy tu amigo verdadero”
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