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Su Alteza Real el Califa y yo; Noches de teteras árabes, noches clandestinas

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Juan Manuel Di LaurentisMahoma habría dicho: “después de mí, los
califas; después de los califas, los emires; después de los emires, los
reyes; y después de los reyes, los tiranos”.

 

califa

“Casi todos los hombres en Arabia son bisexuales”

Por lo tanto lograr el título de Califa era garantía de poder para la dinastía.

El reconocimiento del mundo árabe lo haría  indiscutible sucesor de Mahoma.

califaTodas las potencias del mundo recurrirían a Aseff no solo para establecer el precio del crudo sino que además, serian quienes garantizarían la prosperidad de los Emiratos en general.

El golfo en poquísimo tiempo cambió su estilo de vida y brotaron rascacielos impresionantes, hoteles exclusivísimos y los palacios lujosos se multiplicarían.

Las princesas en cada estación cambiarían completamente sus guardarropas, los que lucirían en sus casas, porque en las calles debían ir completamente cubiertas y regalarían colecciones únicas a sus sirvientas filipinas, indias o latinoamericanas.

Por las calles se verían mujeres con diseños exclusivos de Valentino Dior o Cacharel y ningún auto bajaría del millón de dólares.

Sobre el bunker, terminada la guerra y garantizado el sostenimiento de esta conveniente jerarquía por parte de las potencias occidentales, se construyó un palacio, dejando enterrada la ciudadela a los efectos de utilizarla como refugio eventual.

Aseff me hizo nombrar su consultor personal, no sin los celos de más de un príncipe de la familia.

Sugerí que el palacio fuera de estilo minimalista. Demasiado barroco eran el bunker y las acostumbradas ostentosas construcciones.

califaSin embargo el palacio se construyó en mármol negro.

Las esculturas serian de obsidiana.

Los pisos de madera fueron traídos de Canadá.

La grifería de todo el lugar desde ya era de oro, como todo detalle que debiera fabricarse en metal.

La tapicería seria de cuero de antílope, y las alfombras, para mi exasperación ecologista, de pieles exóticas.

En aquel palacio, alejado convenientemente de la familia Emiratí, de la sala del trono donde se recibían los representantes del pueblo, y de otros salones oficiales, todos los líderes del mundo irían a negociar en absoluta privacidad.

Se construyó un recinto de harem paralelo bajo tierra.

Los artistas descubrieron por mí la rodocrosita, en consecuencia columnas, piscinas y algunos pisos serian de esa piedra para alojar las que fueron después las más bellas modelos del mundo, dispuestas a hacer entonces de odaliscas.

Los servicios secretos trabajaban a full.

Sabíamos la debilidad de cada soberano o estadista de altísimo nivel por lo que he visto firmar contratos impresionantemente millonarios sobre el culo de una bellísima dinamarquesa, sobre el abdomen perfecto de un pibe latino que fue cantante famoso después, o tomar  merca servida en bandejas de alabastro o en la zanja del ojete lampiño de un modelo masculino oriental.

Más de una vez parte de un trato fue tragarse mi leche o chuparme el orto.

Mi aldea africana tuvo entonces, de  propina para mí, una flota de vehículos Land Rover, tecnología de punta para su hospital, y veterinarios tanto como agrónomos de las mejores universidades e institutos tecnológicos del mundo quedaron al servicio de la protección de la fauna y la flora de la Gran Reserva acosada por la civilización.

Durante los 90 aun se podía ver en las callecitas de El Cairo, Macate o Rabat, hombres con túnicas  blancas de la mano.

Que un hombre bañara, enjabonara completamente el cuerpo de su amigo en un Hamman, era habitual.

Las muestras de afecto entre varones eran efusivas mucho antes que por estos lares los hombres se saludaran con un beso.

Acariciarse las manos, besarse las mejillas espontáneamente y en público era una forma sin connotación erótica de mostrar amor por un  amigo, o de actuar lo que se sentía por  otro varón.

En el mundo musulmán hasta hoy los hombres se reúnen solos y las mujeres nunca se mezclan con ellos, salvo para traerles café y refrescos.

Antes del turismo globalizado en cada mezquita existían piletones donde los hombres hacían su ablución para orar.

Entrar a la casa de Alá, implica hacerlo purificando con agua las partes impuras del cuerpo. Entonces era un festín para los ojos del puto occidental verlos lavarse uno junto a otro prolijamente los huevos y las pijas.

Pijas brillantes, cabezas libres con  suave olor a verga sin los perfumes invasores del jabón que quita esencia.

La piel blanca es codiciada. El culo de un señor sesentón norteamericano entrado en carnes,  que en cualquier tetera actual de las nuestras puede ser hasta maltratado; en un hamman recibía las miradas de fuego de cualquier soltero, siempre deseoso de ponerla toda vez que la mujer hasta el casamiento esta prohibida.

Pero si dos hombres en acto sospechoso eran descubiertos serian detenidos y de comprobar sodomía, por ejemplo en Arabia Saudita, serian ajusticiados en plaza pública.

Por lo tanto Aseff había decretado que cada soltero de su  Emirato debía tener  Departamento, con el pretexto de que hiciera reuniones para el repaso del Corán, con la libertad y frecuencia que su Fé en Alá le impusiera.

Una decisión progresista del Sheik, recibiendo la oposición de los grupos más conservadores.

No obstante las noches eran de Aseff y mías.

Con la complicidad de Abdulá y algunos íntimos salíamos del palacio disfrazados de soldados, nos cambiábamos en un hamman y nos mezclábamos con la gente en los suburbios.

Hemos hecho partuza  con seis taxistas en un sucio baño de las afueras.

Nos comimos los mozos en la  cocina de un café .

En una  tienda de alfombras Assef me dió en gang bang a catorce empleados de dieciocho a veinte años que acababan como vacas lecheras al toque de calientes, mientras el dueño de la tienda y yo le chupábamos la poronga y nos comíamos las jetas.

El príncipe conocía como nadie la vida oculta de su pueblo, por eso era  Líder.

En 1994 tuve que volver urgente a la Argentina. Fue en el avión privado del Emir. Themba se moría.

Durante los siguientes dos años me dedique a mis hijos y Aseff desesperó.

A mi vuelta no fue lo mismo. La vida a veces nos cambia o  nos condiciona.

Continuará…

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