Fabrizio no pensaba.
O mejor dicho, pensaba con la pija.
Alto era, como una emboscada sexual viniendo desde arriba y abrazándome.
Su cabeza de nariz y mentón prominentes hacían fijar la mirada primero en sus ojos soñadores de un verde oscuro y profundo.
Aun bien afeitado, su negra barba emergía exultante tanto como su erección; y por las mañanas, su rostro apoyado en la curvatura de mi culo raspaba hasta irritar mi carne cada vez que se acomodaba usándome de almohada.
Luego la mirada iba irremediablemente a su pecho peludo, y era una delicia recorrer sus flancos hasta que se encajaban en su estrecha cintura cortada por caderas musculosas que se alzaban hacia atrás en la loma de un orto de bronce apostado en piernas firmes por el fútbol junto al mar.
Después, el camino de pelos se estrechaba hacia el ombligo como deteniéndose en un hito, para luego encontrar el rumbo y señalar con una flecha peluda el paraíso de su verga:
Verga autónoma como un ser distinto de su cuerpo, verga como un animal vital que resistía toda dominación; pija solo sometida al dictamen de sus huevos que respiraban independientes como palomos buscando el calor del nido, extendiéndose y contrayéndose acomodando sus sueños al de su portador que también dormía.
Poronga recta la de Fabrizio, con venas azuladas tan parecidas a las de su cuello cuando enérgico gritaba un gol.
Glande perfecto con forma de hongo suculento, con la suavidad de la sien de aquel macho transpirado en la noche de nuestros cuerpos entrelazados cuando yo pasaba mi lengua degustando su sal y él me abrazaba fuerte y me lamia un hombro gimiendo.
Verga que después de la batalla se reclinaba sobre una de sus piernas moqueando, y se echaba en toda su extensión como entregada dulcemente a la muerte.
Fabrizio seria, para los encasillamientos actuales, bisexual.
Sin embargo me limito a una sintética definición:
No era un hombre, era todo pija.
Cuando nos quedamos en Bomarzo, en el Jardín Sagrado construido por mi antepasado el Duque de Orsini, Fabrizio chistoso, no podía estar sin pelarla en cada ocasión para ponerla en la boca de todo monstruo del bosque, en el agujero de un olivo ancestral, o en una piedra ahuecada con el argumento de divertir nuestro mundano grupo.
Sé que fui el primer culo masculino que tuvo. Pienso incluso que nunca la había puesto en un culo y su experiencia se restringía a conchitas de mucamas y cocineras.
Pero la primera vez que lo hizo fue con la maestría que da el deseo.
Un instinto que va más allá de solo ponerla aunque fuera el único horizonte en su vida.
Ser puto para un siciliano era despreciable, pero yo era su signore, y para él cogerme y haberle gustado tanto fue como llegar al cielo.
Un putano en su concepción era otra cosa. Un putano no podía ser masculino, ni tener tanta poronga, ni saber usarla ni tener voz grave.
Un puto para él era un ser elemental que pretendía comprarlo por alguna cifra que siempre rechazó con desprecio.
Tal vez mi diferencia con lo que le era conocido lo había encandilado de mí.
Yo le daba una pertenencia que nunca hubiera creído merecer.
Desde su humilde dignidad, Fabrizio no era consciente que el entregarme su espléndida chota, que ya era de mi exclusivo dominio, fuera una conducta homosexual; del mismo modo que no era consciente que el castillo de Capri , no era más que su dorada prisión como la mía lo era África.
Después de cogerme, después de sentir pasar su torrente de leche por ese caño portentoso cuando la tenia dentro de mí, pues, tenía la particularidad de cuando me daba vuelta en la cama para ponérseme encima y sobrevenía su orgasmo, yo sentía el contraer de sus huevos apoyados sobre los míos y luego la correntada seminal intermitente mientras él se quedaba quieto entregado a la fisiología de su sexualidad.
Cuando me había hecho acabar un par de veces sin tocármela, la verga descomunal se dormía dentro de mí todavía latiendo, y yo vibraba mentalmente, porque me dejaba coger poniendo en el acto mi sentido de la observación, tanto como mi cuerpo.
Estaba fascinado con la entrega total de Fabrizio.
Entonces en silencio, el dueño de ese placer que me transfería posesionado me quedaba mirando, con la mirada agradecida de un niño abandonado al que le habían saciado el hambre.
Fabrizio no me había entregado el cuerpo que usaba conmigo desde el alma.
Fabrizio me había entregado su vida.
En 1985 murió Rock Hudson. El mundo se sacudió al saber que un masculino bello, atlético y políticamente correcto, el marido perfecto para toda damisela, había sido puto.
Un diario español publicó una nota hablando del HIV titulada “Rock Hudson por qué nos hiciste esto”
La medicina mundial que había creído encontrar la salud eterna con el descubrimiento de la vacuna contra la gripe, ahora recibía un tremendo cachetazo.
Yo ya había padecido sífilis y gonorrea solo por ponerla en culos.
La Peste Rosa, NO se curaba con sigma y penicilina. Y aun no había AZT
Cuando dije a Fabrizio de la necesidad de usar forro, creyó que era una fantasía erótica mía. Para él el forro solo se usaba para la prevención de embarazos, jamás para ponerla en un culo.
Ángelo también murió ese mismo año. Sobrevendría para mí una hecatombe en cuanto a mi herencia.
Mi abuelo nunca supo que sus nietos varones éramos putos y que encima entre nosotros cogíamos. Mis tíos lo supieron.
En la reserva africana, fue Fabrizio quien después de erotizar el forro conmigo en Capri, ofició de mi partenaire sexual frente a los negros, para instalar la práctica del uso del forro en pública demostración y frenar así que siguieran muriendo como moscas.
Sería la voz del Sagrado León Blanco quien diría a todos que esa era la manera correcta de coger entre nosotros.
Pero las nuevas generaciones, luego, tendrían otras posturas. Cambiarían para siempre las conductas.
Continuará…
La entrada Africa: El uso de forros para coger con los negros aparece primero en Nosotros Y los Baños.